A FONDO

ANTONIO CARMONA FERNÁNDEZ

 


Sobre la identidad gitana

 


 

Antonio Carmona Fernández ha venido defendiendo, en distintos foros y publicaciones (1), que las reflexiones sobre "educación y comunidad gitana" pasan necesariamente por el análisis previo de la cuestión de la "identidad". 
Y, en efecto, no podemos olvidar que el mencionado binomio lo componen dos elementos, en igual orden de importancia. Sabemos qué es la educación aunque, como en toda disciplina, existan diferentes líneas de trabajo. Pero, ¿se ha debatido suficientemente sobre qué significa "ser gitano"? ¿son conscientes de ello los agentes educativos, especialmente aquellos que trabajan más directamente con esta comunidad, o los políticos que tienen que tomar importantes decisiones en este terreno? 
Esta revista no puede ser ajena a este debate, por lo que esperamos que este artículo de Antonio Carmona (profesor, gitano, promotor de la educación en su comunidad a través de iniciativas como la Fundación Tagore) sirva de acicate para que las reflexiones que de ello surjan, complementen a las reflexiones pedagógicas.

 

Referir los caracteres fijos de cualquier grupo social es una tarea de por sí imposible o cuando no, impropia o errónea de nuestra inteligencia. No voy a hacer la foto fija de la identidad gitana. Hace mucho tiempo que Darwin descubrió el carácter evolutivo de la naturaleza y de la naturaleza de la historia. Así pues, la identidad concreta es un espejismo, o una entelequia, o tal vez es una ilusión. En la idea de identidad se dan aspectos particulares (individuales), aspectos comunes a más de un grupo y aspectos universales o comunes a todos los grupos humanos. Es verdad que es posible, si acaso, mantener que son reconocibles en los gitanos ciertos rasgos, principios y actitudes con respecto a costumbres, ritos y conductas. Pero nada que vaya más allá del ámbito familiar, más o menos extenso. 
La identidad no es una esencia inmutable, absoluta y eterna; ni tampoco se puede llamar identidad a unas cuantas diferencias con respecto a los demás. De la identidad propia de algo forman parte ciertos caracteres estructurales y ciertas propiedades que lo asemejan a otros, tanto como los que lo diferencian de otros. Es decir, la identidad concreta consta tanto de lo semejante como de lo diferente. La identidad, si se quiere llamar así, no es algo hecho y cerrado que consistiría en una serie de rasgos culturales que se transmiten y se adquieren uniformemente en el interior de un grupo dado. La identidad cultural de una colectividad humana no es un concepto fijo, ni estático, ni eterno. La identidad es algo fraguado a lo largo de la historia: es dinámico, abierto y viviente.

Identidad cultural
Yo soy, creo, conscientemente, gitano. Pero una conciencia de pertenencia crítica lo será necesariamente de las múltiples pertenencias reales que deben ser reconocidas, incluyendo numerosas pertenencias optativas, que pueden ser, o no, asumidas. Porque ¿quién establece y en virtud de qué criterio que tal o cual diferencia debe considerarse significativa y constituir, esa y no otra, un hecho diferencial o un marcador de identidad étnica? A los "establecedores de la identidad" se les ha llamado comúnmente caudillos, salvapatrias o iluminados porque para eso están, para cumplir con la "alta misión" de salvar las esencias de la identidad étnica. Dejémonos de ironías: la defensa de la identidad no compatibiliza con la libertad. 
Hace falta, por tanto, que de alguna manera, los gitanos, mayoritariamente, empecemos a reflexionar sobre lo que somos y sobre lo que es ser gitano. Y, también, sobre cómo los otros, los no gitanos nos ven. Debemos establecer, a partir de esta reflexión, unas bases que supongan para las generaciones venideras la posibilidad de conocer su pasado, interpretar el presente y construir el futuro. Todo ello sin perder de vista que la cultura compartida o la identidad cultural de un colectivo social no es un concepto fijo y estático, sino dinámico y viviente. La identidad es una experiencia vivida, es un proceso abierto por el que un grupo se reconoce como un nosotros
Uno de los mayores problemas para tratar de comprender el transcurrir de nuestra cultura es el de analizar adecuadamente los momentos históricos esenciales que enunciaron los cambios cuando estos se produjeron. Ya se sabe que por la "situación" social de la etnia gitana, de marginación y desclasamiento, el protagonismo de los mismos nunca nos correspondió y, sin embargo, siempre los sufrimos. Pero, en cualquier caso, nuestra manera de estar en la historia ha sido así y debemos asumirlo y ser conscientes de ella. 
Así pues, la cultura gitana no es, como pudiera parecer, una cultura tradicional ("folk") anclada en un estadio primitivo, sino que en gran medida es una réplica de la cultura y de la mayoría dominantes. Su desarrollo se acompasa en esa relación dialéctica, constituyéndose en torno a unas bases muy elementales, las del parentesco, y enfocándose al objetivo de la supervivencia. La cultura gitana ejemplifica así una cosmovisión, una manera de ser diferente, sin bases y sin estructuras propias. La cultura gitana se apoya en la debilidad o en la fortaleza de ser gitano y no ser gachó, como individuo; o colectivamente parecemos, casi, una comunidad de creyentes en la diferencia. 
¿En qué consiste esa diferencia? ¿Es "consistente" esa diferencia? Estas son preguntas esenciales si aspiramos a establecer unos criterios para comprender nuestra historia y vislumbrar el horizonte del porvenir. Dependerá de las respuestas que demos a dichas preguntas para distinguir cabalmente los prejuicios de toda índole que han sobrevenido sobre la cultura gitana y, a la vez, erigir las bases sobre las cuales edificar el futuro.


Perseguidos por diferentes
A lo largo de la historia, y desde que se tiene noticia, los gitanos siempre fuimos conceptuados como extraños y como diferentes, raros y nómadas en un mundo, el del siglo XV. En un país, éste, en el cual se fraguaba su unificación política y cultural. En el que los distintos poderes (la realeza y la Iglesia) se propusieron ejercer el control sobre los individuos y sobre las distintas culturas y pueblos que constituían lo que a finales de siglo, bajo el reinado de los Reyes Católicos, se llamaría España. 
Hasta finales del siglo XV, en que se dispone la primera ley represiva conducente a eliminar el nomadeo, los gitanos dispusieron de una buena acogida. A partir de este momento se inicia un proceso de sedentarización que constituye el primero de los cambios en nuestra cultura: el paso, lento si se quiere, de una cultura nómada a una cultura sedentaria. Y si a esto añadimos que el objetivo de todas las leyes que siguieron a ésta fue la persecución y la aniquilación, obtendremos la imagen de una cultura sometida a una difícil existencia y que desarrolla a partir de este momento una irregular andadura, debido a la presión que se ejerce sobre ella. Los gitanos somos, pues, la proyección de dos excentricidades: el rechazo a lo nómada y la pasión por la tradición. 
Conforme a estos parámetros podemos entender la configuración de la cultura gitana, en una primera etapa, de la manera siguiente: 

  • A la presión que se ha venido ejerciendo históricamente sobre la cultura gitana, se ha opuesto la resistencia que representa nuestra "identidad cultural", la cual se apoya en el etnocentrismo, si acaso.

  • La misma fuerza de resistencia que representa la identidad cultural gitana se ha ido reconvirtiendo en un instrumento de dominación y de marginación por parte de la mayoría social y cultural. 

  • El desarrollo de la cultura gitana se ha fraguado, pues, en la interacción de dos modelos disímiles de concepción de la vida pero, igualmente, en la mezcla simultánea de reto y fascinación sentidas mutuamente. 

  • La cultura gitana se mantuvo desprovista del rasgo o esfera de lo intelectual. Sólo opuso la convicción de su modelo de organización de la vida, que se centra en la intimidad y en la emotividad como medios de conocimiento. Y sólo dentro de los estrechos límites de la familia.

  • Los gitanos, en estos primeros tiempos, por la utilidad de sus oficios (la herrería, chalaneo, comercio ambulante, calderería, esquileo, bailes), cumplían una función muy importante en los procesos productivos de la sociedad de la época. Esto permitió una progresiva adaptación a las peculiaridades sociales y culturales de cada lugar de nuestro país. 

  • En la mentalidad gitana se impone como rasgo rector de sus comportamientos "externos" el de ser un marginado. 

Se puede considerar una segunda etapa en la cultura gitana partiendo de la fecha de 1783 en que es aprobada una ley, promulgada por Carlos III, reconociéndose por vez primera la libertad de oficios y domicilios de los "antes mal llamados gitanos". Aparentemente es un ley no discriminatoria, pero se nos niega nuestra identidad y no se nos reconoce como gitanos. Sin embargo, lo más destacable de este período que, en nuestra opinión, podríamos cifrar que llega hasta los años sesenta de nuestro siglo, es que los procesos y las características señaladas en el primero se han acentuado. Destacaremos lo siguiente: 

  • Muchos seguían el tradicional nomadeo por familias, pero otros muchos se habían asentado ya desde hacía tiempo en determinadas ciudades. 

  • Se podían detectar, por tanto, distintos grados de convivencia y asimilación cultural. En definitiva nos encontramos ante la evidencia de la aceptación progresiva, aunque en diferentes grados, del esquema de vida no-gitano. Y, aunque la "identidad básica" no se perdió, las diferencias y la heterogeneidad cultural entre los gitanos españoles era ya evidente. 

  • De ser un perseguido, el gitano, pasa a ser un marginado social que ocupa principalmente los estratos más ínfimos en la escala social. 

  • El desenvolvimiento de la identidad gitana se va aquilatando como el fruto de la tensión que ha provocado su desacompañamiento en el desarrollo de las fuerzas productivas que definen la modernidad.

 

 

 

Hacia la igualdad
Desde los años sesenta se ha venido originando y conformando un movimiento reivindicativo por la igualdad de los gitanos, por su integración plena en la sociedad española, por su promoción, por la liberación de su marginación y por la superación de su pobreza. Aunque estos objetivos no creo yo que estuvieran muy claros en la mente de aquellos iniciadores, mucho más seguro es que sus continuadores han convertido estas premisas en disfraz del lucro personal y de la impostura social. Han proliferado las "asociaciones gitanas" y los congresos, jornadas y encuentros se suceden. Los estudios, las "políticas" de las distintas administraciones dedican fondos y otros esfuerzos… ¿Un negocio? Ojalá no sea cierto lo que digo. 
En el principio, este proceso partió de gentes e institutos religiosos, eclesiásticos que vieron en los gitanos unos valores culturales concordantes con el espíritu cristiano, por un lado; y, por otro, la extrema pobreza, generalizada de la comunidad gitana, justificaba la dedicación de la Iglesia a estos desheredados. Lo primero que animaría a aquellos pioneros era la imperiosa necesidad de socorrer las necesidades de los gitanos, de pedir caridad para ellos a las instituciones del Estado, pero a no plantear o propiciar una lucha al uso, dentro de esquemas reivindicativos, de exigencia de derechos, de liberación. Entre otras razones, porque no se lo permitían las condiciones políticas del país (la Dictadura franquista), pero sobre todo, porque no había capacidad dentro del colectivo gitano para emprender tamaña empresa. 
Los gitanos nunca han emprendido una lucha por el reconocimiento institucional ni social. Ni hemos competido nunca con otras colectividades, ni tan siquiera hemos convivido del todo, pues no se puede llamar convivencia a la asimilación, o al desclasamiento o a la marginación que sufrimos. 
Con el advenimiento de la democracia se desarrolló el fenómeno del asociacionismo gitano, que en sus planteamientos teóricos se basaba en lo siguiente: 

  • Reivindicar ante la Administración la solución de la "problemática" gitana. 

  • Defender la cultura gitana. 

Esta fórmula se ha mostrado ya manifiestamente incompetente para solventar las graves carencias de todo tipo que afectan a los gitanos. Entre otras razones, porque en ningún momento nos hemos adherido a tal esquema reivindicativo. Pero sobre todo es más grave y absurdo que se haya revalorizado la "posición reivindicativa" (asociaciones, intereses políticos...) pero ninguna reivindicación.

 

 

 

 

 

 

El estado de la cuestión
Los gitanos hemos vivido mayoritariamente de espaldas al devenir de los tiempos, a remolque del progreso social y económico y fuera de las coordenadas de la industrialización y de la competitividad en todos los órdenes que caracterizan al mundo moderno. Sencillamente porque las condiciones, que históricamente se vienen dando, de marginación y desclasamiento, han evitado nuestro acompasamiento con el resto, con los no-gitanos. Y cuando ha ocurrido el milagro, puesto que de milagro ha de calificarse el hecho de ser gitano y lograr una capacitación intelectual o lograr una cierta posición económica, hemos desertado de nosotros mismos para integrarnos en el sistema social clasista, olvidándonos del interés o de los intereses colectivos.
Disueltos en la turbulencia de los tiempos que corren, resulta difícil, cuando no imposible, encontrar puntos de referencia estables que unifiquen y den vigor a la "identidad gitana". O, ¿podría decirse que, paradójicamente, la ausencia de una poderosa corriente unificadora es lo que "distingue" o da "vigor" a la identidad gitana? Expondremos, a continuación, nuestra opinión sobre el estado actual de la cultura gitana. 
Las referencias esenciales que sitúan la cultura gitana en su proceso histórico se pueden resumir así: el paso del nomadismo a la sedentarización, y el cambio de una sociedad rural a otra urbana. Ambas incidencias se han soportado con una sola idea de la conciencia gitana: el etnocentrismo, que unas veces ha sido vivido como imposición y otras como necesidad inexcusable y propia para permanecer así en su identidad. A lo que hay que añadir el hecho, que se ha convertido en crucial, de ser una etnia marginada. 
Resulta, por otro lado, que la concepción más extendida entre los estudiosos de la cultura gitana ha tenido dos notas comunes. En primer lugar se ha conceptuado como extraña, como diferente. En segundo lugar he ejercido una atracción y un aprecio estético. 
En ambos casos los que se atribuyen la personalidad de gitanos casi nunca han dicho nada: han sido los otros, los no gitanos los que nos han identificado. Quiero decir que la reflexión nunca ha sido el fundamento de nuestro devenir. La cultura gitana no ha sido capaz de dar respuesta a esta pregunta: ¿cómo evolucionar sin cambiar? Incapaz de hacerlo con respuestas coherentes, ésta se ha petrificado.
Hay en el fondo mucho confusionismo y quizás los gitanos estamos un poco perdidos, como sonámbulos, muchos sin saber siquiera de dónde venimos ni mucho menos a dónde vamos. Desde hace tiempo los gitanos venimos siendo reconocidos por los no gitanos. Nuestra "identidad" se nos reconoce pero ¿qué hacemos con nuestra identidad? ¿Para qué la queremos? 
Vivimos bajo el ojo de los no-gitanos. Siempre mirando la cara que nos ponen los gachós y rara vez hemos preguntado qué es ser gitano y cómo tenemos que seguir siéndolo, cómo es el mundo en que vivimos y cómo queremos que sea para nuestros hijos. ¿Hay que educar a los niños gitanos de un modo especial? 
El vivir así condiciona nuestra realidad y nuestra situación social. Son ellos, los no-gitanos quienes nos marcan el rumbo, el norte. Y, nosotros, a remolque vamos, a dónde nos lleven. ¿Estamos perdiendo nuestra consciencia y las fuentes de nuestra identidad? Hoy no son observables, o lo son circunstancial o raramente, los símbolos de nuestra identidad, ni de nuestras relaciones ni de nuestra historia. Hoy el espacio social que ocupamos se ha convertido en un espectáculo que lo conforman una serie de etiquetas que nos han puesto. En un mundo mercantil, como el que hoy vivimos, la diferencia se convierte en una mercancía: se vende lo gitano. Negocio para unos pocos y miseria para la mayoría. Porque si no hay miseria se acaba el negocio. 
A expensas de lo que otros digan de nosotros o de lo que otros piensen, ser gitano es cada día más difícil y problemático y parece que no tenemos más solución que acomodarnos en la marginación y en la pobreza o, al fin y al cabo, adherirnos a otras pautas, a otras normas, a la otra cultura, dejando de ser gitanos a nuestros propios ojos y a ojos de los demás. Claro está que podemos resistirnos, y así sentimental y emocionalmente considerarnos gitanos cuando nos reconocemos entre nosotros, en familia, cuando ocurre el cante... y poco más. Sin vida comunitaria, dispersos, luchando por la supervivencia y sin conciencia colectiva, como perdidos y sin saber de dónde venimos ni, mucho menos, a dónde vamos. 
Deambular sin rumbo cierto para una cultura es algo arriesgado, cuando no temerario. Así nos perderemos y no tendremos nada que legarles a nuestros hijos. Y es porque nuestra identidad no ha estado para nada guiada por la preeminencia del pensamiento, de la reflexión ni de una racionalidad que nos articule, que vertebre la mínima y necesaria cohesión de la colectividad gitana. Vivimos así, como plegados sobre nosotros mismos intentando aguantar los tirones de una sociedad que evoluciona vertiginosamente, en un mundo turbulento y expansivo, en el que quizás nos disolvamos si no nos paramos a reflexionar y hacemos memoria de lo que nos han dejado nuestros antepasados y decidimos asumir nuestra responsabilidad. 
No podemos permitir que otros nos digan lo que tenemos que hacer y cómo tenemos que ser. Pues una cultura no se sostiene sólo de costumbres, de valores o de sentimientos; también hacen falta ideas para enriquecerla o defenderla, para que en todo momento mi cultura, mi ser gitano impregne a la vez mi pensamiento más elevado y los gestos más sencillos de mi existencia diaria. 
Con todo, y sin embargo, se puede pensar que hasta ahora la cultura gitana ha sobrevivido, que hemos sobrevivido y que así va a seguir siendo. También se puede opinar lo contrario: que ya no quedan gitanos. O que los pocos que hay se acabarán. Las dos opiniones tienen su razón de ser desde nuestro esencial y probablemente común carácter sentimental y nostálgico, constituido fundamentalmente por algunas normas morales y de conducta heredadas de nuestros mayores. Entre las que hay que distinguir, dicho sea de paso, aquellas que son básicas de nuestra cultura de las que son espúreas y que se han adoptado como consecuencia del subdesarrollo social y económico mayoritarios al que nos vemos sometidos. Quiero decir que ser gitano no es ser pobre o ignorante o comerse unas migas o un potaje. Debemos aceptar que en nuestra cultura hay prejuicios e ignorancia también y que no debemos elevarlos al rango de fundamento de nuestra identidad cultural. 
Debemos ir considerando desde ahora el modo y la forma de ir buscando el rendirnos cuentas a nosotros mismos porque no podemos permitir por más tiempo el que desde otra cultura y desde otra realidad nos digan lo que fuimos, lo que somos y lo que debemos ser. Nuestra inconsciencia histórica nos hace vulnerables y fácilmente manejables. Así, dicen que somos gitanos porque lo parecemos: tenemos la tez oscura, el pelo endrino y porque somos pobres... fundamentalmente. Nos reconocemos porque somos de tal o cual familia, porque afirmamos serlo o porque nos gusta o sabemos cantar o bailar... De este modo y, como ejemplo, diré que si uno va sucio, desarrapado, malvive, "parece gitano" o "es gitano"; si va aseado, vive bien o muy bien, no se "sospecha que sea gitano" o, peor, "no es gitano", aunque este individuo lo sea o se confiese gitano. Se nos identifica, por la mayoría social, en función de nuestro grado de pobreza o de marginación, o de nuestra ignorancia.
¿Probablemente hubo un tiempo en el que nuestra cultura fue más definida o diferenciada o más cohesionada? No lo sabemos, pero hoy la cultura gitana, si es, es una cultura larvada; y, por tanto, enquistada por intranscendida, es decir, que no hay ni ha habido ningún modo propio que la vehiculice que vaya más allá de la transmisión oral.
Tampoco, si exceptuamos el excelso fenómeno del cante, poseemos productos patrimoniales de nuestro espíritu y de nuestra cultura que puedan ser equiparables a los de otras culturas (una literatura, una religión...). Se señalan como integradores del sistema cultural gitano ciertos mecanismos internos de organización (el linaje, consejo de ancianos), un sistema de valores (solidaridad, sentido providencial...), el idioma (el caló)... A veces, una lengua que ya casi nadie habla ni es socialmente funcional se transporta entonces como los seudogenes, pervirtiendo el sentido de lo que es una lengua. Porque una lengua es un instrumento para comunicarse y la lengua étnica se resucita para incomunicarse de los demás, para aislarse en una comunidad aparte en el seno de la propia sociedad, donde ya se compartía una lengua común con todos los demás. 
No voy a plantear aquí una revisión del grado de adhesión que los gitanos, hoy por hoy, tenemos a esos valores o esa forma de organización o bien si el caló en nuestro vehículo de comunicación cotidiano. Esto sería, pienso yo, un esfuerzo que no cambiaría para nada el resultado: la vivencia en y por esos valores de los individuos y del colectivo gitano, hace ya tiempo que empezó a reducirse, a larvarse como decía, si no es que están en trance de desaparición muchos de estos caracteres. Las razones históricas de esta lamentable situación, de este arrasamiento cultural son hoy ya conocidas por la mayoría, aunque, es importante decirlo, no por la mayoría de nosotros. No somos conscientes de nuestro pasado histórico, somos más bien inconscientes del mismo. 
La pasividad gitana o, mejor dicho, la impasibilidad, su resignación a lo largo de la historia y ante la política seguida para con ellos o contra ellos ha sido y es proverbial. Así que yo creo que este es uno de los aspectos culturales que hoy podemos constatar entre nosotros: la radical imposibilidad de respuestas colectivas. La sumisión más absoluta, la resignación, el fatalismo... son las respuestas gitanas ante la agresión, la incomprensión y la miseria. No hay una conciencia colectiva y unificadora que nos permita enfrentar nuestra realidad o lo que nos acaece. Constituimos una cultura sin puntos de referencia estables o suficientemente asumidos, generalizados y válidos, que nos permitan asumir nuestra historia y proyectar nuestro futuro. El factor que constituye nuestra general creencia en la divina providencia, nuestro sentido providencialista de la vida tiene el inconveniente de hacernos insensibles ante el porvenir, e irresponsables también.

"La cultura gitana se mantuvo desprovista del rasgo o esfera de lo intelectual. Sólo opuso la convicción de su modelo de organización de la vida, que se centra en la intimidad y en la emotividad como medios de conocimiento. Y sólo dentro de los estrechos límites de la familia"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"Desde hace tiempo los gitanos venimos siendo reconocidos por los no gitanos. Nuestra identidad se nos reconoce pero ¿qué hacemos con nuestra identidad? ¿Para qué la queremos?"

Situarnos en la realidad 

Y no obstante, nos sentimos gitanos y, la mayoría, orgullosos de serlo. Por razones difíciles de evaluar (psicológicas, sentimentales…) los gitanos existen y, existimos. Según se considere esto es mucho, y es poco. Pero ¿es suficiente? Sobre todo, ¿es suficiente en el marco social, económico y político que hoy vivimos? Evidentemente no. Nuestra sociedad, la sociedad general en la que estamos inmersos nos exige como siempre, pero hoy más que nunca, que nos adaptemos a su configuración y estructuras comunes. Y creo que no podemos ni deberíamos ir en contra del compás de los tiempos que corren, no debemos dar la espalda a las circunstancias socio-económicas, políticas y culturales en las que estamos. Nacemos en una sociedad y debemos insertar en ella nuestra acción como individuos que se afirman en su propia cultura y, ésta, la afirman en el marco plural de las distintas culturas que definen nuestro país. 
Pero esto tiene que partir de nosotros mismos, de la convicción de su necesidad y de la voluntad colectiva y mayoritaria de llevarlo a efecto. Es necesario que los gitanos logremos formarnos o dotarnos de uno de los elementos claves en el progreso y en el desarrollo de todos los colectivos sociales en todas las latitudes: el de nuestra identidad. Debemos asumir nuestra historia y, así, emanciparnos. Debemos, mediante la introspección, mediante el pensar reflexivo, situarnos en la realidad. Y la realidad está basada en la tendencia centrípeta, fácticamente universalizadora hacia la homogeneización de los modos de vida. Aunque también se da la tendencia contraria hacia la exaltación de lo particular, es necesario procurar el universalismo dialógico y respetuoso con las diferencias. 
No podemos encerrarnos en nosotros. Es irrenunciable una moral universalista, incluso para proteger las legítimas particularidades humanas. Todo ello dentro del marco de los derechos humanos, que esperemos alcancen una más eficaz vigencia universal. 
Durante siglos los gitanos nos hemos venido reconociendo en una amalgama de características, fundamentalmente modos de vida y actitudes que van desde el rito a la apariencia. Con este bagaje hemos luchado contra el desarraigo que nos han impuesto, es decir, contra la fuerza que nos quiere extraer de las costumbres y de los valores de nuestra cultura, por un lado; y por otro, tal vez nos hayamos protegido de la doma, es decir, de la inculcación de los valores de la otra cultura. Pero, en realidad, lo que ha ocurrido es que ante el "proselitismo", ante el empeño, ante la opresión de la cultura dominante y, también ante la represión que se nos imponía, la cultura gitana se ha "disfrazado" con la aceptación aparente a modo de autodefensa; aunque de tanto fingir ser "otros", hemos dejado mucho de nosotros mismos. Nos hemos vaciado para resistir, con más capacidad de maniobra, el impacto de la cultura dominante. Y lo hemos hecho a lo largo del tiempo sin reflexionar algo sobre los elementos que nos quedarían para nosotros, para seguir siendo gitanos. Quiero decir que hemos permanecido, de resultas, con una identidad cuyo concepto apenas hemos fraguado nosotros. Han sido los otros, los no gitanos los que en puridad nos han "identificado". Los estereotipos en los que se ha fraguado nuestra identidad y nuestra cultura nos han sobrevenido y nos han desbordado. Por ello, nosotros, ni individual ni colectivamente los controlamos en absoluto. Esto es causa de nuestras dificultades para enfrentar con decisión nuestro devenir, nuestro futuro. Esto provoca que estemos a merced de la realidad, porque no disponemos de mecanismos, homologables a los de otros individuos y a los de otros colectivos, para dirigirnos o guiarnos en medio de la heterogeneidad social, económica o política del entorno.

 
Los nuevos retos

El sistema productivo en el que ya hoy estamos inmersos - y éste ya es otro nuevo reto- necesita contar con trabajadores cada vez mejor formados y con la suficiente base cultural como para permitirles la comprensión de los complejos fenómenos de la tecnología actual y una fácil adaptación a los cambios. Sin embargo, los talleres de cestería, corte y confección o la venta ambulante se ofertan para gitanos. Perdimos el tren de la modernidad. Perderemos también el de la "post-modernidad". 
A todo esto hay que añadir, por otro lado, que con el advenimiento del estado social y de derecho, ha surgido con fuerza el interés por resolver nuestra marginación y nuestra pobreza mayoritarias, sometiéndonos así a una manipulación sobreañadida y "programada", en la que nosotros no participamos o se nos hace participar como agentes de ajenos intereses: los de la ideología y los de la sociedad dominantes. 
En función de las limitaciones y reservas impuestas por nuestra dramática historia, hemos respondido con esperanza e ilusión al mínimo interés, gesto o señal de buena voluntad expresados por quienes detentan tanto el poder político, como el económico o el social. Aunque casi siempre, esa voluntad se ha traducido por parte de las instituciones en resolver los problemas que tenían planteados por otros colectivos de ciudadanos, mientras que parcheaban solapadamente los nuestros. 
Igualmente, hemos demostrado hasta ahora nuestra poca conciencia colectiva, nuestra prácticamente nula cohesión cultural para hacer repercutir la voluntad institucional, cuando así lo hemos podido, en el conjunto de los nuestros. De cualquier manera, se ha hecho poco y, de ello, poco bien. Algo de esto que expongo debe de ser la razón o, mejor, la sinrazón de que los ciudadanos gitanos hayamos sufrido o contemplado con más dolor y preocupación que sorpresa la reaparición y el agudizamiento del racismo, la marginación y la violencia contra nosotros. Y ello, precisamente desde la llegada de la democracia. Cuando hemos alcanzado al fin nuestro derecho a ser iguales y distintos. 
Paradójicamente estamos atravesando por uno de los momentos más graves de nuestra ya tensionada y difícil historia. Ni la confesada buena disposición del Estado, ni la dedicación esforzada de algunos parecen avanzar mucho en la tarea de acabar con la marginación y con la pobreza de los gitanos. Incluso hay indicadores que hacen interpretar lo contrario, que se retrocede. La ideología y la práctica económica de nuestro tiempo, los modos de producción y otros factores nos inducen a la pobreza. La estructuración corporativista y poco solidaria de la sociedad nos expele como indeseables porque nos consideran una carga, porque no aportamos ningún interés económico. Los gitanos somos hoy, en conjunto, más pobres y estamos más incomunicados o aislados socialmente. 
Parece igualmente como si el tímido despertar de la conciencia colectiva gitana, lo que se ha denominado "movimiento gitano" estuviera consiguiendo efectos negativos e inversos y se avivará más el fuego de la marginación y del racismo. Hoy, ni hay un "movimiento gitano" porque no son gitanos sus protagonistas y, lo más grave, no se cuenta con los gitanos. Hoy, en nombre de los gitanos se silencian o se amasan intereses personales, o se compran adhesiones y voluntades. Y, al fin, los pocos gitanos que están al frente, lo están por las posibilidades que les han dado los gachós, no por la confianza que han puesto los gitanos en ellos. 
¿Se puede hablar de "movimiento gitano" sin que haya un debate colectivo, en profundidad, de los objetivos que deben constituirlo? ¿Se han intentado proyectos de participación que no se apoyen exclusivamente en las subvenciones o en el clientelismo político? ¿Se permite la disensión en lo que se llama "movimiento gitano", en las asociaciones "gitanas"? ¿En nombre de quienes actúan esas asociaciones? ¿Cómo se financian? ¿Rinden algo? 
Mientras los gitanos no superemos la marginación histórica, mientras los gitanos no nos ocupemos de dinamizar nuestra cultura y de dignificarla en el conjunto cultural de nuestro país, no podremos llamarnos individualmente gitanos. Debemos lograr una verdadera conciencia colectiva que nos haga artífices de nuestro futuro. Y no podemos ni debemos permitir que otros nos manipulen y nos interpreten, o que se superpongan los intereses personales a los colectivos. 
Así que en la actualidad, nuestra cultura, nuestra "identidad", está más que nunca en manos de los no-gitanos, a nivel social y a nivel institucional. Para muchos gachós somos como una especie de espectáculo o somos la forma mejor de colmar en algunos sus ansias de aventura o de su actividad filantrópica de sus inquietudes revolucionarias o... Por tanto, ni para vivir plenamente nuestra cultura ni tampoco para sobrevivir como cultura estamos preparados. Nuestra identidad se coloca así en entredicho. 
Con relación al número de ciudadanos que se dicen o se reconocen como gitanos, y en el conjunto de las culturas de nuestro país, la cultura gitana es la que menos presencia específica tiene y mantiene. Esto es así como resultado de su larga persecución y de su posterior marginación, por un lado; y, por otro, por la prácticamente nula presencia de puntos de referencia culturales estables y unificadores que vertebren su desarrollo o evolución. Nunca hemos dispuesto de un espacio ni lo hemos reclamado, donde desarrollar nuestra idiosincrasia. Nunca hemos sido considerados como una "minoría nacional". No lo somos. No todas las diferencias étnicas, culturales o lingüísticas conducen a la creación de minorías nacionales. Nuestra manera de estar ha sido y es la de contacto con realidades culturales diferentes. La heterogeneidad de las gitanos españoles es evidente. 
La cultura gitana, sin embargo, se afirma como tal en función de ciertos elementos tradicionales, costumbristas, heterogéneos y no autónomos. Es una cultura sometida desde antiguo a un proceso de aculturización continuo. La comunidad gitana nunca ha tenido la oportunidad, nunca ha intentado, ni tan siquiera se ha propuesto asumir el protagonismo que le pudiera corresponder en la construcción de su futuro, como pueblo. No existe en la cultura gitana el rasgo o esfera de lo político, tal como se entiende usualmente. Aunque si "hay una organización política", pero podríamos denominarla de carácter doméstico, de supervivencia, nunca de más alcance. El rasgo vertebral de la cultura gitana se sustenta en la familia. La cultura gitana no ha creado significaciones ideales que permitan una identificación de validez universal para el individuo gitano. Y esto ha ocurrido porque nunca nos hemos propuesto nuestra autonomía cultural, sino en todo caso, nuestra autenticidad.

"La identidad cultural no es un concepto fijo, estático, ni eterno. La identidad es algo fraguado a lo largo de la historia: es dinámico, abierto y viviente"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"Mientras los gitanos no nos ocupemos de dinamizar nuestra cultura y de dignificarla en el conjunto cultural de nuestro país, no podremos llamarnos individualmente gitanos"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"Predicar el respeto a la diferencia no significa apostar por la cerrazón. No podemos volvernos insensibles a otros valores de otras culturas. Lo que debemos es sustentar la concordia y la fraternidad entre los pueblos"

 

Políticas sociales y educativas
La situación presente de la etnia gitana se explica por la totalidad de su pasado, es decir, por la historia de las realidades que en ella se dieron. Por tanto, aplicar soluciones, o lo que es lo mismo, proyectar el futuro de la comunidad gitana depende de una exhaustiva evaluación de su presente, remontándose lo más posible en las causas, quiero decir, en el pasado. Resultando en síntesis que la situación actual de las gitanos es la de una etnia en un proceso de aculturización progresiva que hace falta reconvertir mediante dos instrumentos: 

  • El dotarnos de una conciencia histórica que nos haga plenamente conscientes de las rupturas que caracterizan nuestra cultura hoy. 

  • El aceptar los cambios necesarios para paliar nuestras carencias culturales que nos sitúen en el mundo de hoy. 

Lo primero se consigue mediante la educación, la formación y la capacitación intelectual y profesional. Lo segundo, con una pautada, pero firme, política social. Las bases en las que debe apoyarse esta política deben de partir de las consideraciones siguientes: 

  1. Que la convivencia y el grado de aceptación de los gitanos en la sociedad española son muy elevados como así lo manifiestan los caracteres generales de la cultura de nuestro país. 

  2. Se ha desenfocado el "problema gitano" en España en el sentido de que no se ha valorado que muchos gitanos andaluces, castellanos, extremeños o catalanes estaban y están integrados social y económicamente. También es cierto que hay muchos que presentan carencias considerables. Aunque unos y otros se puedan sentir más o menos marginados por haberse diluido su cultura en la mayoritaria. 

  3. Se ha sobredimensionado políticamente, por tanto, la cuestión gitana por el flanco menos esencial y menos conveniente: el de la diferenciación cultural y étnica. Cuando esto es una cuestión que incumbe primordialmente a los gitanos. 

  4. La verdadera dimensión del "problema gitano" en España es el de la pobreza que comparten con otros españoles no-gitanos sobre todo en las zonas suburbiales de las grandes ciudades. 

  5. Que desde las distintas administraciones públicas se ha fomentado un trato discriminatorio en muchos casos de los problemas educativos, vivienda, trabajo... que afectan a muchos gitanos, conceptuándolos desde el ámbito de los servicios sociales exclusivamente. Dándoles así un carácter asistencial, coyuntural y disperso. Una cosa es el problema de la consecución de una mayor justicia social y, otra, es el "problema gitano". 

  6. La aparición de ciertos brotes racistas demuestran la pervivencia de ciertos prejuicios en el subconsciente colectivo. 

  7. Hay que revisar y definir el papel que debe cumplir el asociacionismo en la promoción de la ciudadanía gitana. 

  8. Falta a los ciudadanos gitanos autoconciencia de su situación. 

  9. No existe participación de los gitanos en las instituciones de nuestro país manteniéndose así en un grado extremo de incomunicación social y cultural. 

  10. Hay que hacer una política que no considere a los gitanos como una casta aparte. No se deben hacer políticas específicas, sino aquellas que tengan como objetivo la convivencia, mediante la participación de todos, gitanos y no gitanos, en los problemas que les afectan. 

  11. No hay que olvidar que cuando se esgrime el respeto a la diferencia, estamos abonando el discurso de los que proclaman el gueto y la exclusión. 

  12. Nosotros estamos integrados en la sociedad española. Nosotros no estamos en España, somos España, somos españoles. Y ese ser nos viene dado por nuestra participación de las mismas notas que esencialmente distinguen a cualquier ciudadano español, a saber: 

  • Compartimos el mismo idioma. 

  • Compartimos la realidad social, cultural y política de nuestro Estado. Así nos sentimos pobres o ricos, andaluces o vascos, profesores o analfabetos... 

  • No hemos concretado nunca reivindicaciones que nos excluyan de la norma generalizada.

Una política de este tipo, que partiera de estas bases, supondría para la comunidad gitana la posibilidad de ser tratada en pie de igualdad con el resto de las comunidades y culturas que conforman España. Sólo así se irían desvaneciendo los estereotipos a los que ha quedado reducida la cultura gitana. Ser gitano no es ser pobre, pedigüeño, echar la buenaventura ni trabajar en una fragua. Eso no es ser gitano. Gitano es aquel que realza lo que tiene y lo que hace, le da brillo, esplendor... El gitano ama, en suma, la libertad sobre todas las cosas, pero no para estar mirando al sol sin hacer nada. Para nosotros la libertad es la cultura. De esa libertad surge un determinado sentido de la cultura, una respuesta personal y colectiva ante los estímulos externos. La libertad es pues el principio fundamental de la cultura gitana.

Derecho y acceso a la cultura
Quisiera por último, hacer algunas consideraciones más. Nuestra Constitución consagra el respeto a la diferencia y a él debemos atenernos. Ahora bien, no sólo existe el derecho de cada cual a su cultura, sino también el derecho al acceso de todos a la cultura. Nuestra cultura aún tiene vigencia. Debemos preservarla y defenderla, pero no podemos cerrar los ojos a las instituciones políticas, las ciencias, las artes, las literaturas, las ideas... Estamos en Europa y somos europeos. 
Predicar el respeto a la diferencia no significa apostar por la cerrazón. No podemos volvernos insensibles a otros valores de otras culturas. Lo que debemos es sustentar la concordia y la fraternidad entre los pueblos. Nosotros queremos vivir nuestras tradiciones. Vivirlas pero compartirlas. Sin dejar de conservar y encontrar en nuestros propios fondos los recursos necesarios para una renovación. Por otra parte, tan necesaria al hilo de los tiempos que corren. 
Sobre todo debemos asumir todos, gitanos y no gitanos, que las sociedades posmodernas han puesto en marcha un poderoso mecanismo generador de extranjeros "de dentro". Ahora que todos somos extranjeros para la empresa global, la cual carece de nación, se produce una enorme oferta de extranjería nacional. En el nivel inferior está el extranjero de siempre (moro, negro, islámico...). Viene luego el extranjero reciente (español en Euskadi; serbio en Croacia; albanés en Macedonia). Y por fin extranjeros de alta especialización (enfermo, mujer, homosexual y todas las minorías que genera el agravio: gitanos...). Las corporaciones globales conspiran para debilitar a los Estados y hacernos a todos extranjeros... No debemos olvidar que los agravios de la pequeña diferencia impiden asumir que todos somos lo mismo (¿todos somos gitanos?) súbditos de un poder apátrida y sin control. 
Reivindicar nuestra cultura no es pretender la división del mundo en entidades colectivas insuperables e irreductibles. Desde luego debemos poder tener acceso a la cultura común de nuestro país, como unos españoles más. La música de Falla, la pintura de Picasso, la poesía de Lorca, por ejemplo, no podrían entenderse sin la aportación de los gitanos españoles al patrimonio común que constituye la cultura que hoy día nos define. Y, aún más, nuestro sentimiento, nuestra efectividad y nuestras relaciones personales, que están presididas por el desprendimiento y la generosidad, serían ininteligibles sin la contribución, una más, de los gitanos. Pero es, sin duda, en el fenómeno expresivo del cante donde se ha manifestado con singularidad y excelsitud sin par la aleación preciosa y noble de todos los elementos que componen nuestro patrimonio cultural, sobre todo del gitano. 
En efecto, el cante gitano-andaluz, supone, al hilo de todo lo que llevo expuesto hasta ahora, la única significación ideal de alcance y validez universal que ha creado la cultura gitana. Es el único patrimonio que, si bien arraigado en la tierra que lo vio nacer, es el resultado de la labor de algunas familias e individuos gitanos que lograron un fenómeno expresivo de dimensiones humanas y artísticas fundado en el etnocentrismo gitano. Y donde no hay ni un asomo de esa marginación... Hay pena, dolor... y su expresión: el llanto, pero no hay una sola queja social, ni una reivindicación, ni un planteamiento de liberación ante la opresión; no hay rebeldía tampoco... No hay héroes ni mártires que unifiquen los criterios o las actitudes colectivas. No hay nada que sacralizar. Por tanto, estamos exentos del fanatismo y del odio. 
Algunos nombres reverenciables tiene la historia de este arte. De algunos sólo se conoce su nombre aunque sus ecos persisten. De otros tenemos su obra. Citaré a El Planeta, a Tío Luis de la Juliana, a Frasco El Colorao, a El Fillo, a los hermanos Pelaos, a la Casa de los Caganchos, a El Nitri, a Manuel Torre, a Pastora Pavón, a Tomás Pavón, a Antonio Mairena... Ellos constituyen el único patrimonio cultural y expresión viva, a través del tiempo, de una forma de sentir y de pensar pletórica de devoción y entusiasmo por mantener y también por transmitir la cultura gitana. A ellos y otros tantos como ellos que orgullosos y altivos, humilde y trabajosamente, veneraron y sufrieron el poder llamarse y seguir siendo gitanos, debo agradecer el interés que puedan tener estas reflexiones.

 

Notas:
(1) Ver por ejemplo: Antonio Carmona Fernández. "Educación y mundo gitano". En Jornadas Estatales de Seguimiento Escolar con Minorías Etnicas (1º. Astorga. 1989). Madrid: Asociación Secretariado General Gitano, 1989.- pp. 11-18. Asimismo, su reciente intervención en las XXI Jornadas de Enseñantes con Gitanos (sept. 2001) versó sobre este mismo tema.

 

REVPROVPQ.GIF (3898 bytes) Número 11   - Octubre 2001 - Revista Bimestral de la Asociación Secretariado General Gitano

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